TORO EL BRAVO.
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Esto fue más o menos lo que yo vi |
Cuando yo tenía
catorce o quince años me dio por coleccionar sellos. De modo que un domingo me
fui a la plaza Mayor a cambiar mis sellos repetidos. En la plaza Mayor además
de sellos también se podían vender y comprar monedas. Había muchos puestos,
unos más grandes y otros más pequeños. Pasabas el rato recorriéndolos. Yo
estaba paseando por allí cuando de pronto me encuentro a un tipo de lo más
pintoresco. Alto, delgado, con unas melenas y unas barbas como yo no había
visto en mi vida. Vamos, que no parecía real, parecía salido de unas de mis
fantasías extravagantes. Y lo mejor, tenía un puestito que era una mesita en
donde había puesto seis o siete monedas antiguas y un libro. Y en la portada
del libro estaba puesta una foto de él mismo, exactamente igual a como yo lo
estaba viendo. La misma camisa, las mismas barbas y pelos largos, y hasta la
misma postura.
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Me sentí
fascinado y le compré el libro. Al irme a casa yo pensaba que había comprado un
incunable o algo parecido. Se veía que estaba auto-editado. En el metro empecé
a ojearlo y a alucinar. Lo primero era un párrafo de los impresores rechazando
cualquier responsabilidad sobre el contenido del libro. Después, empecé a leer
y me encantó. El libro se titulaba: “Toro el bravo ha viajado al planeta
esferas”
Hablar sobre el
contenido a mí me es imposible. Primero porque no tengo dotes de crítico
literario, y segundo porque es tan sumamente loco y denso, que no sabría por
dónde empezar. El primer capítulo es genial. Cuenta de forma muy sencilla su
vida, cuando era niño y las cosas raras que le ocurrían. Con este primer
capítulo me gustaría hacer alguna vez un comic, pues me encanta. El segundo
capítulo ya empieza en razonamientos metafísicos y te empiezas a perder un
poco, y a partir de aquí ya no te enteras de nada. Empieza a relatar y relatar
extravagancias y teorías disparatadas, que por momentos notas como empiezas a
desvariar tú mismo, y percibes lo que debe ser perder el sentido de la realidad.
Yo me propuse leerlo entero y lo conseguí, pero por poco pierdo la razón. Me
aturdió y me fascinó a partes iguales. Alfonso, que se había leído siete veces
“Yo, Claudio” y cinco “Raices”, lo estuvo intentando y no lo consiguió. Me dijo
que era demasiado denso, que aquel libro era imposible, que no podía seguir con
ello. Lo tuvo que dejar.
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De modo que toda
la vida guardé este libro como una pequeña joya, y el recuerdo de como lo había
adquirido lo guardé también como una de las anécdotas más molonas. Durante años
estuve intrigado sobre quien sería ese “Toro el Bravo”, donde vivía, a que se
dedicaba, ¿realmente existía o todo había sido producto de mi imaginación?
Muchos años
después, concretamente veinticinco años después, andaba por el Rastro con unos
amigos, cuando un individuo que pegaba carteles por las paredes, de esos de
conciertos, se nos acercó. Yo sólo con verlo ya me recordó a Toro el Bravo,
pero no, no era él. Lo que pasa es que tenía las mismas melenas y las mismas
barbas. A mí estos tipos me encantan y siempre me gusta charlar con ellos. Nos
dijo que se llamaba “Angel, espíritu libre”. Traía en la mano un libro de
poesías que andaba vendiendo. Yo no podía creer cuanta coincidencia. Por
supuesto me apresuré a comprarle el libro. Después, cuando lo estaba hojeando y
todavía “Angel , espíritu libre” seguía con nosotros contándonos cosas, le
pregunté si él
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Una foto de Angel Espiritu Libre encontrada en el Internete |
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El día que fui a visitar a Toro el Bravo |
mismo había hecho las ilustraciones que acompañaban los poemas,
que eran de lo más out-sider. Y lo mejor de todo fue su respuesta: “No, las
ilustraciones son de Toro el Bravo” Yo no podía creérmelo. Ángel me dijo que si
me gustaban los cuadros de Toro el Bravo podía pasarme por Alcalá de Henares,
para hacerle una visita. Entonces yo recordé que en la contraportada del libro,
efectivamente venía una dirección, pero yo, como atolondrado adolescente que
era en aquella época, ni me había imaginado la posibilidad de ir allí.
Así que una
mañana me cojí el cercanías y allá que fui. Y efectivamente allí estaba, con el
pelo un poco más blanco pero igual de largo y abundante. La visita a su estudio
fue otra experiencia genial. Me mostró todos los cuadros, que cubren
completamente las paredes y el techo de su local, me contó que estaba creando
un método para ganarse la lotería (tenía hojas y hojas con números anotados),
me contó que estaba casado y tenía muchos hijos ya mayores, pero que su mujer
no le comprendía. Le compré otro libro de “versículos” que aún no he conseguido
empezar a leer y me despedí de él, contento por haber conseguido cerrar un
capítulo mágico de mi vida.
Ah!, y me dedicó el libro que un cuarto de siglo antes le
había comprado. ¡Toma ya!!
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Una ilustración que he hecho en homenaje a Toro el Bravo |
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un dibujo de mi cuaderno de entonces |
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