18 DE SEPTIEMBRE DE 2003. Jueves.
SANTO DOMINGO DE LA CALZADA. La chavalita de Pamplona que ha
dormido a mi lado está rebuena. Ahora, con la luz del día, resplandece.
Charlamos un rato, se llama M. Son las ocho de la mañana y ya nos echan. En un
arranque de audacia le propongo a M desayunar en algún bar de las
inmediaciones. Acepta sonriente.
Tomamos café y napolitana en una cafetería
de la zona nueva. Acordamos rodar un rato juntos. Ella va por los caminos que
le indica una guía del Camino para bicicletas de montaña. Me parece perfecto.
En esos momentos me hubiera apuntado a una subida al Himalaya. Además, voy más
adelantado de lo que había previsto. Andar por los senderos y cambiar el ritmo puede
estar muy bien. Nos ponemos en marcha.
Tiran más dos ... que dos carretas |
Trafico congestionado a primeras horas de la mañana |
El pedaleo con un buen estímulo se hace
mucho más llevadero. No puedo apartar la vista del trasero de M. Me estoy
perdiendo los monumentos románicos de la zona por fijarme en los monumentos
modernos que van sobre esa bici naranja.
Salimos del pueblo y empieza la ruta con
una carretera comarcal. Un rebaño de ovejas nos hace parar, se ve que los
cuadrúpedos tienen prioridad, pues el pastor va tan tranquilo. Seguimos por un
tiempo esa carretera, después la ruta se vuelve más penosa. Baches, piedras,
zonas en donde te tienes que bajar y echarte la bici al hombro. El camino ahora
resulta jodido. A mi bici no le gustan las piedras y prefiere el asfalto. En
una paradita para beber se lo comento a M. Decidimos separarnos al llegar a una
zona agrícola y vislumbrar de nuevo la carretera. "Seguro que nos encontramos de
nuevo por ahí", aunque yo por dentro me maldigo de llevar esas cubiertas tan
finas. Si lo llego a saber le pongo a la bici unas ruedas bien gruesas y con
tacos, como las que ella lleva. Son las once cuando me paso otra vez a la
carretera. Inflo las ruedas, alarmantemente bajas y continúo. Cuestas arriba y
cuestas abajo. Voy atravesando villorrios y alternando cachos de camino
pedregoso con otros de asfalto.
El camino está sembrado de obras de arte románico y yo regándolas |
Llegada a las inmediaciones de SAN JUAN DE ORTEGA |
Llego a pueblos que visito brevemente como
CASTILDELGADO, VILORIA, VILLAMAYOR DEL RÍO y BELORADO.
Cerca de TOSANTOS paro en el arcén, donde
un camionero y un gruista charlan animadamente. Le pido al camionero un poco de
aceite o grasa para poner en la cadena de la bici, que roza. Me deja que coja
un poco de la quinta rueda, que es la cosa gorda y plana en donde se engancha
el remolque. El gruista también me ofrece aceite pero tiene que ir a por ello y
declino amablemente la oferta.
En VILLAMBISTIA hago una parada. Son
cuatro casas mal construidas. El sol ya está alto y hace un calor de narices. En
una de estas miserables casas, a la salida del pueblo, un abuelete enjuto está
sentado en su puerta. Bajo un cartel de cartón que dice en letras mal escritas:
“BAR”. Le pregunto si tiene cerveza. Asiente sin inmutarse. Entra y le veo
abrir la nevera de su cocina. Me saca un par de botellines muy fríos. Cuando le
voy a pagar ¡¡¡me cobra nueve euros!!! Los hay con la cara más dura que el
cemento en esto de asaltar a los peregrinos. Por supuesto, la oferta era poca,
probablemente no haya un bar en muchas leguas a la redonda. En un banco
raquítico al lado de una fuente me hago un bocadillo y me lo como pensando en
mil maneras de haber asesinado al abuelo. El calor es asfixiante. Cuando me
pongo de nuevo en marcha continúo solo por carretera.
Después de mucho esfuerzo y varias paradas
para descansar, corono el puerto de La Pedraja , de 1150 metros . Continúo
luego por carretera hasta llegar al desvío de SAN JUAN DE ORTEGA, con súper
cuesta de carretera secundaria, y llego hasta el monasterio. Majestuoso. Entro,
se está fresquito. Salgo fuera y me pongo a escribir. Caigo en la cuenta de que
son las dos… ¡y no he comprado víveres!
Monasterio de SAN JUAN DE ORTEGA (interior) |
Arquitectura alucinante en las bóvedas de la Iglesia |
Fachada de la Iglesia de SAN JUAN DE ORTEGA |
Paso por AGES y llego a ATAPUERCA. Apoyo
la bici en el regato, y hago fotos al troglodita que me mira extrañado. Doy una
vuelta sin bajarme de la bicicleta. Al ver el cartel de “Mesón El Palomar”
decido darme un homenaje: ¡Hoy comeré de Mesón! Llego al lugar y es realmente
encantador, con flores, vericuetos y adornos, todo muy bonito. Un perro ladra.
Sale una chica muy guapa a decirme que aparque la bici “aquí”. Consulto el menú
en la puerta. Diez euros, ocho para peregrinos acreditados ¡pa dentro!
Cómo de fábula. Menestra de verdura,
merluza con guindilla, cuajada. Consulto el mapa con el mesonero y padre de la
belleza que me ha servido y me despido muy contento y con la tripa repleta.
Por una vez comeré como Dios manda |
Llegada a Burgos |
En las inmediaciones de Atapuerca |
Ver
la catedral supone un acontecimiento. Me siento como aquellos viajeros antiguos
que quedarían pasmados a su llegada al lugar. Las vistas son sublimes. La
catedral impresiona y las calles son maravillosas, peatonales y con mucho
ambiente. Tomo fotos desde diferentes rincones. Paseo por las inmediaciones
observando a la gente y sobre todo la arquitectura del lugar, las piedras, los
carteles.
Entro en un bar y llamo a Alain. Quedo con
él para más tarde. Vuelvo a dar varias vueltas por la ciudad. Intento encontrar
el albergue, pero desisto al ver que me he alejado un poco del centro. Me entra
el mono del asfalto y me subo de nuevo a la bicicleta. Tomo un carril bici que
discurre paralelo a la carretera de León, y casi al final, cuando las flechas
amarillas señalan desvío a la derecha, las sigo y me encuentro en un camino
pedregoso, del que ya casi no salgo hasta llegar a TARDAJOS.
A mitad de camino encuentro a una mujer
joven que va en bicicleta y me informa que voy bien por allí. Se termina el
camino, salgo a la carretera y al cabo de un rato estoy en TARDAJOS.
Extasis contemplativa en Catedral de Burgos |
Catedral de Burgos, lo más espectacular del día |
Al llegar a TARDAJOS sigo directamente las
flechas hasta el albergue, muy chiquitillo, donde charlo con una mujer gordita
y de mediana edad que debe ser la hospitalera. A su lado, sentado en una silla
de enea, un tipo estirado y un poco chorra descansa recién duchadito en la
puerta del albergue. Es español pero se las da de dandy inglés. Comienza entonces
un interrogatorio por parte de la hospitalera. No entiende que yo solo quiera
ducharme. Le digo que es porque voy a dormir en casa de un amigo. Ella que “¿por
qué no me ducho en su casa?”. Le digo que mi amigo no tiene baño. Y la
hospitalera que “¿cómo no va a tener una ducha o una bañera, o un cubo de agua?”.
Yo los toreo magistralmente a los dos y con buen humor. No sé qué se piensan.
Les he enseñado la credencial llena de sellos de otros albergues, pero no es
suficiente. Todavía desconfían. Por último tengo que esperar a que la ducha se
desocupe y dejar un donativo porque “el agua caliente está muy cara y nadie les
da ninguna subvención” y bla bla bla, bla bla bla.
Total que les dejo un donativo de cinco
euros a punta de navaja, y después sigo charlando un rato. Comprendo que el
albergue se financia de este modo, y que están un poco escamados de que el
personal se largue sin dejar ni un duro. Total que me ducho y salgo disparado
hasta el bar más cercano, donde me tomo una birra y le pregunto a unos
parroquianos por un estanco. Me mandan a la típica tienda que tiene desde pan
hasta piezas para el tractor, y compro un sello para mandar una postal. En la
plaza escribo mientras unos niños me asedian a preguntas. Echo la postal y me
pongo en camino. Un ciclista cincuentón, tranquilo y pachoso, me informa que
voy bien a SANTA MARIA DE TAJADURA.
Catedral de Burgos, por la parte de atrás |
Otra vista de la Catedral de Burgos |
Cuando llego está anocheciendo. Alain no
está pero llega media hora más tarde y nos vamos enseguida a la chuletada que
están preparando los del pueblo. Allí transcurre la tarde entre chuletas,
chorizos y tragos a la bota de vino. Estoy un poco desubicado pues Alain es muy
célebre entre los paletos del pueblo, pero yo estoy algo cortado y él es muy
callado y no muy integrador. Vamos, que está a lo suyo y yo charlo tímidamente
con alguno que anda por allí. Después a dormir con la tripa llena de carne y
vino.
Alain me saca una manta y una colchoneta. Él
duerme con la ropa puesta sobre la paja. Tiene una casa rústica y preciosa pero
totalmente inhabitable, pues no hay cocina, ni baño, ni armarios, ni
televisión, ni nada. Solo grandes máquinas, herramientas de carpintería, serrín
y mierda en cantidad.
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